Un breve paseo por el barrio, desde casa hasta la ferretería y uno puede enterarse rápidamente de todo lo que sucede, al menos, en el país.
En la carnicería, unas señoras, fundamentadas en los apagones de electricidad crónicos, dicen que están dispuestas a meterle las bombitas de luz a los muchachos de la compañía de electricidad en lugares asombrosos.
Otros vecinos, cerca de la comisaría, discuten donde hacer un cacerolazo para protestar, pero esperan que alguien les diga donde.
El de más allá que se enteró que no habrá tampoco agua en otoño ni gas en el invierno y quisiera saber donde hay que ir a quejarse, para que alguien diga que hacer. El otro, que cuenta en los diarios cuantos turistas murieron ayer en los accidentes de las rutas, recuerda el último asalto a la ancianita...
El argentino se ve ha sí mismo como víctima, no hay duda: una monjita indefensa.
Como ecos agónicos del Big Bang en el que explotó Argentina, los medios dicen, muestran y sobretodo repiten.
La rueda gira y todo se recicla en un quejido de fondo: que mucho calor, que mucha corrupción, que mucha inflación, desnutrición, desocupación, banalidad, cirugías, explotación, desigualdad, humedad, cercanía o lejanía.
Siempre flota la amenaza de la violencia del padre contra el hijo, del dueño con el empleado, del maestro con el alumno, del sindicato contra sus afiliados: la ley del gallinero que le dicen.
No importa, entonces, de que quejarse, sino que hay de hacerlo, hay que jugar el juego.
Vuelvo a casa con una bolsa de clavos y unas preguntas:
¿A nadie se le ocurrió plantear qué hacer concretamente para mejorar la situación?
¿Porqué ninguno de mis vecinos consideró que las soluciones pueden ser compartidos?
¿Cual es el motivo por el cual el gobierno no se expresa y propone alternativas?
¿Quien no cambiaría las bombitas comunes por las de bajo consumo si estuvieran subsidiadas y representaran un beneficio colectivo concreto?
¿Quien no estaría dispuesto a no llevar tan a fondo el aire acondicionado, la plancha o el lavarropas si supiera que otros hacen el mismo esfuerzo?
Se que estos planteos son hoy en día utópicos, pero ando con ganas de entender porqué sucede esta locura.
¿Será que percibimos a la Argentina como un lugar prestado? Será que lo es?
Tantos héroes y anti héroes escolares... ¿se robaron el protagonismo? Quienes otros robaron?
Una nación tan estallada, tan frágil: ¿sólo las mafias pueden mantenerla con cierta cohesión aparente?
Volvía con los clavos y las preguntas, pero me vine a la computadora, donde encontré unas ideas sobre el fin de lo social de Alain Touraine, para empezar a borronear en el blog.
Y eso es lo que estoy haciendo.
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