Quizás Foucault estaba equivocado y no era la cárcel el prototipo de lo social, esa cárcel que se repetía en el corazón de todas las organizaciones modernas, disciplinando a peligrosos y cancerberos.
Si, quizás Foucault estaba equivocado, o quizás no conocía las colonias de vacaciones.
Porque a qué se parece más la oficina, el turismo, los sindicatos, los almuerzos empresarios o los programas de televisión que a grupitos de pequeños llevados de sus tiernas narices por los líderes?
Hoy vimos Badlands, la ópera prima del director americano Terence Malick y un vistazo a uno de los mundos más allá de la colonia de vacaciones..
Tal como demostró Juan Rulfo para la literatura, (Malick confirma también en el cine) mejor poco y bueno.
Esta película de 1973 es una prueba concluyente de que con un film por década se puede dejar una marca sensible en la historia del cine.
En Badlands podemos ver los hechos reales vividos por Charles Starkweather y Caril-Ann Fugate en 1958, cuando se dedicaron a ponerle plomo a todo el que les cruzara.
Recorrieron Nebraska y Wyoming durante unos días y si no los hubieran detenido llegaban a California.
Se trataba de delincuentes ¿alguien puede dudarlo? Sin embargo Malick no lo afirma: muestra con una fotografía de lujo lo que dijeron los diarios y las radios y deja ver también que lo violento se esconde hasta en el lugar mas inhóspito, si un ser humano anda cerca.
Charles Starkweather mató a 11 conciudadanos americanos a sangre fría, pero acaso hubiera ido a la silla eléctrica por matar 11 vietnamitas? Quien mide la calidad de un muerto? Quien dice que otro era eliminable? Es solo una cuestión de distanciamiento?
Esas preguntas me surgen al ver la película.
Es como las mafias de la cocaína transportando su materia prima en submarinos o aviones oficiales, cuando no mediante un acuerdo con el mismísimo ejército americano, como hacía Frank Lucas.
Pienso en la mafia de los laboratorios, si es que las hubiere. Pienso en las benzodiacepinas: miles de toneladas de bromazepam, clonazepam, lorazepam y otros psicofármacos engullidos por día en todo el mundo, con consecuencias tan adictivas como cualquier otra sustancia tachada de peligrosa.
Pienso en la colonia de vacaciones, en la sociedad de las gigantografías, los peluqueros, los caramelos y las autopistas iluminadas a toda hora, con los jugadores de la selección argentina de fútbol.
Pienso en cientos de alumnos yendo a la escuela colonia, a los pacientes y los médicos llegando a la clínicas colonias y en los militares, los monjes y los empleados de bancos y ministerios, con sus líderes, con sus cantitos y fiestas de fin de año.
Acaso yo digo que las benzodiacepinas habría que recetarlas mucho menos? Acaso las comparo con la heroína o la cocaína? No, digo solamente que quizás Foucault estaba equivocado.
Esas preguntas me surgen al ver esta película sobre las Malas Tierras, del genial Terence Malick.