Por un nacimiento o por una entrevista, que llega a pesar de que antes era imposible, o por un velatorio inesperado o por cosas así, cada tanto, uno recorre su propia ciudad como un extranjero; circula por los lugares de siempre, pero con la cabeza en algo distinto de lo habitual.
Cada tanto aparece una sarna nueva, para ser luego la de siempre y no es raro que con alguna frecuencia aparezca el nuevo remedio.
Cada tanto, uno entra a un negocio conocido y se sorprende pidiendo lo que nunca.
Cada tanto, la calle que recorrimos en bicicleta nos despabila desde google earth, o viceversa.
Pero lo contrario también es verdad, es decir, que lo nuevo es lo repetido, que la misma escena se esconde detrás de diferentes fantasmas: Parménides, Platon y Kant son las caras del orden único, como Napoleon, Hitler y Bush lo son del poder por la seducción o por la fuerza y la Forestal en el Chaco, Benneton en la Patagonia o Botnia en Uruguay lo son de la incapacidad de asumir lo propio como tal.
Los latidos de este asunto están por todos lados: el mismo asesinato convoca a Cabrera para que apuñale a Varela en el Montevideo de 1848, para que algún desconocido balee a Olof Palme a la salida de un cine en 1986 o para que los montoneros acribillen a Rucci en 1973, acá cerca, sobre la avenida Avellaneda.
El mercado es un increíble laboratorio para descubrir como todo se mantiene para renovarse y todo lo nuevo es la conservación de lo anterior.
Esto se me vino a la cabeza leyendo sobre el principio de las ondas de Leonardo Fibonacci, en el suplemento económico de Clarín.
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