De chicos jugábamos con trencitos: primero fueron los de lata, pero después vino el plástico.
Ya en la primaria, cuando escapábamos de las miradas adultas, poníamos piedras sobre las vías del tren, para ver como las hacía polvo al pasar.
En las vías muertas hacíamos trincheras, porque nos creíamos en Vietnam o saltábamos de cráter en cráter como si fuéramos astronautas.
Para jugar en la estación había que tener mucho cuidado: recuerdo que cuando venía el tren se escuchaba cada vez más agudo y cuando la locomotora se alejaba se percibía un tono más grave. Mi abuelo quería explicármelo, pero después supe que se trataba del efecto Doppler.
Hoy el trencito de Versalles ya no pasa por acá. Muchos trenes no pasan. El tiempo se desenrolló, ya no somos pibes.
El eco de las imágenes de los trenes de antes se aleja y cada vez es más opaco, más grave, como en una especie de efecto doppler, pero social.
Basta revisar alguna película en blanco y negro para descubrir todo lo que se va y todo lo que viene.
Es que en este intermedio tecnocultural, donde ya no usamos el teléfono del linea pero tampoco el celular, el pasado analógico se aleja, pero no termina de irse y lo digital viene, pero su sonido es muy agudo y no termina de llegar.
Lo analógico es grave, denso, estructurado. Lo analógico necesita especialistas que lo cultiven.
En el mundo analógico los "propietarios" son los que se llevan todas las medallas, los que viven en los centros, los que van a buscar plata a los bancos, los que llenan los discos rígidos.
En cambio, se me ocurre, lo que se acerca es más filoso: la vida digital es breve, fluida, discontinua. Es un barrio de "inquilinos". Es la memoria RAM.
Pero quizás es como cuando miraba pasar el tren con mi abuelo: se trataba nada más de velocidades que iban y venian.
A veces es como si estuviéramos viendo el mundo dándole la espalda al futuro: disfrutamos los objetos como si fueran relicarios, como si tuviéramos en las manos los huesos de alguna historia que ya no estará.
Cual es el problema, no?
Claro, que lo haga un comunardo como cualquiera de nosotros vaya y pase, porque después de todo no jodemos a nadie con nuestras tonterías.
Pero ahora que lo pienso mejor, una persona con responsabilidades culturales significativas no puede permitirse semejante tortícolis. O no podemos permitírselo.
Estas cosas me vienen a la cabeza cuando mezclo la muerte de los trenes y su conversión en reliquias, con la idea de que los blogs son disentería verbal, según el licenciado director de la Biblioteca Nacional.
Si los carros tirados por bueyes son lo que nos gusta, volvamos. Si el telégrafo andaba tan bien, cual es el problema? Si un grupo de escribas autorizados por los propietarios de la editoriales son los que saben que hay que decir, maravilloso.
Si los blogs son una mierda, bajemos todo de los servidores, pero, en caso contrario: ¿no tendría que renunciar Horacio Gonzales a la dirección de la Biblioteca Nacional?
Yo realmente creo que es inadmisible que esta persona siga en este cargo, por más político que sea. Hay mucho por aprender en los blogs y en los wikis como para que dejemos a alguien jugando con trencitos.
¿Podriamos tener un secretario de salud pública especialista en ventosas, sangrías, purgantes e hidroterapia?
¿Podríamos seguir jugando a los trencitos?
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