Cuando estudiaba publicidad me enseñaron que un cartel no debía exceder las 11 palabras y al mismo tiempo el mensaje debía ser fácilmente comprendido.
Este cartel no solo reúne esos dos requisitos, sino que además explicita dos ventajas: la de vivir en una megalópolis y la de contar con un cartoncito para no quemarse con las empanadas.
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