Sigo leyendo para el próximo teórico, con algunas puntas que me tiró Alejandro y que voy a remixar, al estilo Bourriaud, espero.
Había quedado en el posteo anterior en que la representación renacentista catapulta al observador, lo lanza al infinito del tiempo y el espacio, lo deja tan paralizado e inmóvil como está ese lienzo hace siglos. Pero eso ha terminado y no tanto.
Salidos entonces de la representación, la realidad regresa con toda su fuerza a lo real pero en tanto lo negociado, lo aceptado.
Las creencias son intercambiadas, pero el arte es una cuchara que revuelve la sopa de los acuerdos, de lo pactado.
El arte es una discusión, por medio o "a través de" una pieza, entre sus creadores, ya no productores y públicos.
El artista es como alguien que maneja en una autopista: cree que conduce, pero realmente es conducido por los otros, en sus velocidades, arranques, cambios de dirección. El conductor es frenado por el peaje, es apresurado por las luces del que viene atrás. Los carteles se suceden uno tras otro, como blogs.
El conductor, sumergido en un balde de informaciones desjerarquizadas, ya no sabe si seguir o chocar, si bajar donde siempre o seguir hasta que alguna circularidad lo reenvíe de nuevo al mismo peaje, a la misma curva.
La cultura es como una autopista, como un escenario y Bourriaud pone a la vista los modos en que el arte reprograma el mundo contemporáneo.
En este mundo de Bourriaud los artistas son los semionautas que interpretan, hibridan, reproducen, reexponen, mixturan o utilizan obras realizadas por otros o productos culturales disponibles. Escriben una “hoja de ruta” de autopistas a partir de viejos recorridos que son nuevos recorridos ahora, los artistas nos hacen bailar con viejos ritmos remasterizados, con nuevas bases.
La “hoja de ruta” podría ser entonces una “segunda modernidad” que sucedería a esa fase de transición que fue el posmodernismo.
Todos estos artistas trabajan con objetos que ya circulaban en el mercado cultural, o sea que estaban normados por otros.
Los postproductores reinforman lo ya informado. Le agregan formas. Los paradigmas de esta actividad cada vez mas extendida no son obviamente ni el pintor, ni el escultor ni el cineasta o el dramaturgo, ni el videasta ni el novelista sino el DJ (deejay) y el programador.
Inscribir la obra de arte en el interior de una red de signos y de significaciones, en lugar de considerarla como una forma autónoma u original.
La pregunta estética fundamental no es ya ¿Qué es lo nuevo que se puede hacer? sino mas bien ¿Qué se puede hacer con? O lo que es lo mismo ¿Como producir la singularidad? ¿Como elaborar el sentido a partir de la masa caótica de objetos, nombres propios, referencias que constituyen nuestro ámbito cotidiano?
Subo al micro, podría ser un tren, un avión. Se me extiende un ticket, que en realidad es un libreto. Dice 75 centavos y más abajo mi nombre, mi cifra y el papel a actuar: mirar por la ventana, sentarse lo más solo posible, anunciar al conductor con anticipación donde bajar. Bourriaud ejercita en estos ensayos cierta desobediencia respecto al libreto, como una especie de Jamen Dean, acompañado por una cohorte de semionautas.
El saber ahora tiene otro valor, se ha movido a otro lugar. El DJ, el web surfer o los artistas de la postproduccion coinciden en inventar itinerarios a través de la cultura, los tres son semionautas que producen recorridos originales entre los signos.
Como lo dice Bourriad: toda obra es el resultado de un escenario que el artista proyecta sobre la cultura, considerada como el marco de un relato, que a su vez proyecta nuevos escenarios posibles en un movimiento infinito.
Bourriaud denomina a esta nueva forma de cultura, cultura de uso o cultura de la actividad y en ella la obra de arte funciona como la terminación temporal de una red interconectada, como un relato que continua e reinterpreta relatos anteriores.
Para Bourriaud la creación artística podría compararse con un deporte colectivo (en las antípodas del baseball, a distancia del fútbol y lo mas parecida posible al basquet) lejos de la mitología clásica del esfuerzo solitario.
Marcel Duchamp decía que los observadores hacen los cuadros: la obra proviene tanto del que le imprime el artista como del uso que de el hacen los consumidores culturales.
Por eso decía el otro día que para matar un blog alcanza con no comentarlo.
A esta figura Bourriaud la llama comunismo formal: el trabajo de un artista depende de sus relaciones con el mundo y la estructura económica que les da forma.
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