No suelo postear mis lecturas relativas a lo terapéutico, vaya a saber porque, pero en todo caso no tengo fundamentos, según entiendo del hermoso libro de Kenneth J. Gergen, que acabo de terminarme de un tirón. La verdad es que Sócrates sigue tan vigente como entonces: cuando nos preguntan y repreguntan por las bases de lo que decimos en algún momento hacemos agua, hasta cuando decimos que se trata solamente de narraciones, de creencias.
Gergen explora lo que ya no funciona en el "sistema" de salud mental y avanza mas alla de la idea de que la salud mental opera como una industria farmacéutico-terapeútica. No me cabía duda que las cosas eran así, lo sorprendente del asunto es que lo pueda explicar tan claramente y además sacarle jugo creativo. Que las disputas entre psicoanalistas, sistémicos y cognitivos (todas ramificaciones que exploré lo mejor que pude en los últimos 25 años) expresan las disputas por la hegemonía en este campo-del-saber-negocio todos lo sabemos en el fondo, pero que podamos recuperar la narración, la conversación y refundar lo terapéutico gracias ha eso es un noticia más que buena.
"Construir la realidad" trata del construccionismo social: punto de cruce de decenas de perspectivas que son puestas en una misma pista de baile, el del club terapéutico, un club donde hay que bailar a veces con lo mas feo y donde queda claro que las vestiduras de la modernidad ya no dan a la moda.
El pensamiento lineal, el de las causas efectos ya no funcionaba hace rato, pero en este texto queda explicitada la dificultad de este modo cognitivo en la relación de los terapeutas con los pacientes. Es que ya no se trata de pacientes y terapeutas, se trata de relaciones, de yoes saturados y enlazados.
En fin, hay que leerlo, pero entre otras cosas que disparó en mi cabeza apareció una pintura de Pieter Brueghel el Viejo. Ahí están estos niños jugando, hace varios siglos, festejando vaya a saber que fecha medieval. Juegan juegos que no conocemos ahora, pero podemos adivinar. El palo enjabonado? Unas escondidas? Juegan y al menos a mí me produce cierta ternura y alguna angustia también. Para que jugar? Que es lo que hacen, subidos a eso toneles, cargando esas cañas? Tratan de escapar de una muerte a la que ya han llegado hace 400 años? Cual es el sentido de tanto festejo?
Brueghel parece sugerir que este juego interminable, lleno de disfraces, objetos divertidos, situaciones diversas, miradas de madres, corridas inútiles y bromas de todo tipo es en realidad un juego sin fin, un juego del que no podemos salir a preguntarnos a que estamos jugando, de donde viene, a donde va. Y pensaba que quizás está en ese jugar mismo el secreto de la magia de la pintura, en que esos chicos encontraron su identidad, su historia, sus tiempos en ese mismo jugar. Y pensaba, decía, que quizás asi tengamos que pensar lo terapéutico. Pensaba, nomas.
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