"La ciudad de Buenos Aires se extiende hasta un burgo llamado Barracas; ofrece el camino un aspecto muy alegre y original:hacia un lado se suceden praderas entrecortadas por calles de hermosos sauces a cuyos bordes se levantan casitas pintorescas construidas sobre pilotes, para defenderlas de las frecuentes crecidas del Río de la Plata.... el paisaje tiene algo de desconocido en el norte brumoso y es el esplendor de una luz admirable y el cielo de un azul purísimo...." escribía Lina Beck-Bernard en 1864.
Buenos Aires, 150 años después, es ahora una ciudad global. En un ciber chateo con la blackberry de un cliente en California, que viaja en tren hacia Los Angeles. Salgo y los vendedores de paquetes turísticos me hablan en inglés, en lo que fue el "pleno centro". Una inmensa grúa levanta toneladas de cemento y las vuelca en una torre rectangular. Seguramente harán pequeños departamentos y oficinas. Los transeúntes sacan fotos.
Historias como la de Lina ya no cuentan ni se cuentan. Hoy, una monótona trama de calles grises y descentradas reciben toneladas de clientes y usuarios que buscan incansablemente el nombre de las calles, tapadas por carteles, por balcones, por humos y cámaras y el propio nombre en el próximo pasaje de avión.
Muchos lugares que hasta hace 15 años guardaban alguna referencia, alguna identidad, se vuelven artificios: para los mirones, para mis fotos de celular, para estar donde estuvieron otros.
Bien tarde el club de barrio invita hoy a decenas de turistas a ver el auténtico tango, que esta noche se les escenifica especialmente; mientras, en las inmobiliarias, de acuerdo a la burbuja del mercado, se planean las próximas torres, sus piscinas, expensas y quinchos.
En lo que fueron los barrios de Caballito o Belgrano se elevan capas de habitáculos de corlok, pero Buenos Aires se extiende también horizontalmente, como una mancha de aceite pegajosa: tentáculos de autopistas, lavado de dinero y telepuertos se estiran sobre los viejos terrenos de fábricas abandonadas. También los teléfonos están evitando el cableado, por los robos de cobre.
Los barrios como Palermo que que se han convertido en temas, en ideas, se vuelven escenarios idílicos rasteados noche y día por scanners conectados a agencias públicas y privadas, que protegen o venden a sus vigilados, de acuerdo al postor.
Las salidas de los shoppings son tan inseguros como las canillas de los hospitales, pero los turistas de acá y allá visitan los dos espacios y otros, en busca de entretenimiento.
Recuerdo una visita del intendente Suarez Lastra al Hospital Velez Sarsfield, donde terminaba mi carrera de médico: noche y día baldearon hasta dejar brillante sólo su recorrido prefijado. Años después entré a una importante prepaga médica y fui yo el intendente a quien habían dejado todo reluciente, mientras que las oficinas administrativas eran detestables cajas mal pintadas donde las secretarias apilaban memos.
Regreso tarde en el tren, el olor a la marihuana y cerveza chorrea por las ventanillas abiertas a pesar del frío, mientras la multitud apretada golpea con fuerza las paredes, pisos y techos: al ritmo del ole ole ole voy digiriendo que Boca Juniors ganó otra vez y que en pocas semanas hay que ir a las urnas.