Viajando por la ciudad, de la periferia al centro, uno descubre que el centro se ha convertido en una periferia más. Posiblemente la lectura de "Nunca fuimos modernos", de Bruno Latour, entre tantos turistas, produzca este tipo de alucinaciones.
El libro facilita pensar en la red de lo habilitado/olvidado que tejemos cotidianamente: por ejemplo las plazas y los edificios "públicos", como la casa de gobierno por caso, están ahora encerrados por rejas, al mismo tiempo que el "público" vota en la elecciones por la privatización de sus objetos y por la gestión programada de sus vidas.
Quizás porque ando dando vueltas por el Archivo General de la Nación es que me encuentro otra vez con Manuel Dorrego: él y yo sabemos que estamos cercados, pero a pesar de todo seguimos manteniendo nuestros ideales. No se trata de una banda de Moebius de dos caras, justa e injusta: se trata de descubrir una trayectoria, una misma cara, la tercera cara de la cinta que no es más que el tercer reino de los monstruos, de los objetos mitad naturales, mitad artificiales.
Mi historia es, desde ya, muchísimo más tenue y mezclada que la que le tocó crear a Dorrego. Lo mió es, descubro con Latour, algunas veces confiarle a mis colegas estructuralistas la importancia del gen, pero a los genetistas advertirle sobre la doble cadena de naturaleza y cultura. Por más que tenga dos carreras de grado sigo siendo el amateur del principio, pero no me preocupa.
Las cosas vienen de muchas causas por cierto y la realidad es como un reo siempre dispuesta a escuchar del juez la sentencia.
Está prohibido lo que le harán a Dorrego, pero es esa prohibición lo que fluye para que lo asesinen. Cara y seca.
Mi amigo Alejandro podrá hablar mucho de Lacan y del Padre, pero a condición de dejar su carne afuera. Algo parecido le sucederá a Eduardo del otro lado del espejo roto: tendrá que olvidarse de que ese laboratorio en el que ensaya con tubos transparentes es resultado de las pujas de un partido político y de un viaje de un médico fisiólogo a Europa acompañando a un presidente, entre otras cosas.
La relectura del libro de Bruno Latour empuja hacia otras trayectorias desde un círculo central que es en realidad periférico: puede ser un tubo de ensayo, un asesinato o un papel perdido en la basura, enseña a reconstruir desde y hacia las cosas, las ideas y los textos.
Sobre esta piedra...
En el lugar más sagrado del foro romano se ocultaba bajo el piso (en el fundamvento) la pietra nigra; una piedra negra que recordaba el origen del pacto originario del populus romanus, ahí cerca Jesús puso a Pedro y edificó su iglesia y en la Meca, de manera semejante y mas allá, se venera en la sagrada mezquita la antigua piedra Ka’aba en la que el profeta renovó la alianza con Allah.
Latour invierte la corriente y ahora toda una esfera de cuasiobjetos y cuasisujetos se ocultan debajo de esas piedras.
Para trabajar en naturalizar lo social, para buscar en el espejo de la naturaleza lo social hay que endiosar lo mínimo, tachar a Dios para que aparezca en todo.
El libro es como esas ducha que tiran un montón de agua caliente, dan ganas de quedarse hasta que a uno lo echen.
Quizás una de las tantas conclusiones o salidas al texto sea que a los "modernos" le faltó el ajuste fino: el péndulo se les estuvo moviendo de la naturaleza a la cultura durante 500 años.
Tengo delante mio carne asada: son unas fibras musculares chamuscadas? el significante "asado" buscando un significado? un trozo de alguna de las vacas que dejaron sueltas los españoles cuando fundaron Buenos Aires?
Quizás se trata de las tres cosas que fluyen desde esta piedra proteica. Quizás llegó el momento de ser modernos, de escribir un nuevo pacto con el mundo, de captar las redes y dejarse recorrer por ellas.
Escribir un comentario