Somos mucho mas parecidos al mono de lo que creemos. Al igual que ellos, cuando observamos a un otro realizar o iniciar acciones desciframos su significado sin reflexión, concepto o lingüística: tenemos un extraño y extenso alfabeto de actos del cual extraemos el sentido de nuestras acciones, es decir de nuestra capacidad de actuar. Un ex alfabeto aplastado debajo de siglos de escritura.
Pero al igual que los monos sabios, no solo interpretamos actos sino que comprendemos "cadenas" de actos, secuencias univocas.
Como ya lo había comprendido Merleu-Ponty, observar un acto cualquiera implica cierta potencialidad (quizás estaría mejor "virtualidad"). Observar instala una reciprocidad. Y selecciona una estrategia de acción, eventualmente diferente a la observada, según nuestro patrimonio de actos.
Al ver, el acto me habita. Somos invitados a actos que estaban ahí, esperando. Es que se establece una resonancia motora, como en esos avisos publicitarios en los que un bostezo debidamente amplificado en otros (un subte es ideal) desencadena una lluvia de bostezos en toda la ciudad.
Tendemos a imputar a los demás, en nuestra vida cotidiana, creencias, deseos y expectativas. El asunto entonces sería comprender los actos cotidianos en esta dimensión ajeno/propio, pero un comprender mas allá de las palabras, más allá de la intelección.
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