Regresamos de nuestra excursión por Olavarría y Tandil, donde tuvimos la fortuna de encontrarnos con algunas personas que extrañábamos.
Con Jorge Arabito anduvimos correteando por Olavarría y alrededores, contestando reportajes, desafiando intelectualmente a microsoft y viendo la profundidad de los arroyos serranos. Si bien no me animé a subir a su nueva moto, acepté ir hasta un cerrito de nombre San Cayetano, donde pude conseguir esta foto y una raro yuyo que hoy estuve transplantando en mi jardín.
Uno va viendo pasar esos pequeños poblados, llenos de gente haciendo cosas reales y concretas, como producir en una fábrica o trabajar en la cosecha y no puede dejar de pensar en la increíble maquinaria que desde las grandes ciudades se ha aterrizado para extraer sus productos, inclusive los imaginarios.
Jorge es una de las pocas personas que conozco que presenta casi el mismo síndrome que me aqueja: amor por los objetos débiles, una agradable hipersensibilidad por las nuevas máquinas y un interés completamente inútil por desarmar las cosas y tratar de ver que hay adentro.
No deja de sorprenderme el hecho de que, siendo que hablamos una vez por año, ambos vayamos haciendo los mismos descubrimientos en Internet o mas allá.
Tambien descubrí que este raro síndrome hace que seamos suceptibles a las mismas infecciones meméticas así que voy a tratar de que venga a nuestro encuentros de complejidad.
En Tandil, gracias a la amabilidad de Nora y Alonso, estuvimos recorriendo al ciudad y conversando de bueyes perdidos y encontrados.
Y nos volvimos con Mijail, por esas rutas argentinas.