Fui a ver BABEL, la película de Alejandro González Iñárritu y alguna de esas productoras americanas que se dedican a contratar directores latinoamericanos. Se trata en realidad de tres narraciones que reflejan y anudan el poder de las redes en las que buceamos, nos guste o no.
En sus recorridos las historias van tejiendo una telaraña para el insecto de nuestra mente, que cae sin sospecharlo en la vibración de que su vida pasa inexorablemente a través redes de todo tipo, a las que llega y abandona sin saber porqué.
Gracias a lo que los redólogos llamamos el "efecto pequeño mundo", instantes sólo motorizados por el azar llevan las vidas de distintos grupos alejados por océanos a colisionar, sencillamente. El film lo muestra bien.
Una pareja de turistas americanos, una adolescente japonesa sordamuda, un niño rebelde marroquí y una niñera mexicana que se lleva sin permiso a dos niños estadounidenses al otro lado de la frontera, son llevados por la suerte y por amplificaciones de hechos que no deberían haber sido significativos.
Excepto Brad Pitt, a quien se le reservan los residuos heroicos que disfrutaban los cinéfilos del siglo XX, el resto de los personajes habita un mundo gris y plano del que no intentan salir y si lo hacen es para ingresar a otras planicies.
De algún modo este director mexicano, que se las trae como su connacional Alfonso Cuarón ("Los niños del hombre"), nos crea una pantalla donde se proyecta el espejo del futuro siglo XXI, o sea del presente.
La película tiene otra punta para roer, a saber: el peso específico del sonido y la imagen por sobre los diálogos y bien pudiera ser que esta tendencia la veamos cada vez mas fuerte en el cine por venir.
Yo digo que valió la pena.
