Quizás habría que llamarnos los cognitivo-ricos o los cognito-pobres, pero esa ya no es la cuestión.
Hubo un tiempo que fue hermoso y fui libre de verdad, en que la disponibilidad o no de las Nuevas Tecnologías de la Comunicación y la Información (NTICS) propiciaban la aparición de dos grupos de países o de hombres (especies?), de acuerdo a la posibilidad económica y tecnológica para acceder y ser accedidos por estas tecnologías.
Era "la desigualdad digital". La brecha digital, que se fue ampliando y ampliando y ahora la vemos como un despeñadero. No importa ahora si es la 1 (acceso) o la 2 (banda ancha). No importa si los celulares van a cerrar abruptamente la fisura. No es, al menos, el tema de este posteo.
Se trata de que mientras las regiones inforicas del mundo aceleran su velocidad de transformación social, mediante herramientas digitales y telemáticas que se supieron conseguir -en lo que podríamos llamar el abismo 1.0- los habitantes del mundo infopobre nos estamos inventando una nueva brecha.
La nueva divisoria y van...
La genómica y las nanotecnologías están evolucionando al doble de la velocidad que las PCs. En algún punto de las curvas se van a cruzar y lo digital quedará finalmente subsumido en sus aplicaciones.
Pero nada de esto se discute seriamente, al menos con una masa crítica como para producir acciones concretas que nos saquen del senderito que nos lleva a mas de lo mismo.
El Banco Mundial y los grandes capitales satelitales nos dan una ayudita, pero nosotros solitos metemos la cabeza en las fauces del león. Vamos removiendo una tras otra todas las capas de coraje y autonomía que nos quedaban, dejando que ahora se vea nuestra verdadera naturaleza tilinga t contrabandista, como estoy entreviendo en el libro de Torre Revello que empecé a husmear.
Hablo de la génopobreza: nuestras naciones genopobres producen relativamente cada vez menos patentes e invertimos cada vez menos en la alfabetización genética de nuestros especialistas.
Según la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, cada año que pasa resulta ser un récord en la presentación de solicitudes internacionales de patentes, con particular auge de las solicitudes procedentes de asia nororiental (Korea), los próximos genoricos.
Al mismo tiempo que no invertimos en el Abismo 2.0 y como no podría ser de otro modo, nos vamos convirtiendo en el basural, el campito allá lejos donde se puede experimentar cualquier cosa de cualquier modo, como sucede en muchas hectáreas que se alquilan para probar nuevas especies diseñadas en los laboratorios geno-ricos.
Mientras sucede esto, en América Latina y el Caribe las investigaciones en biología molecular de los pocos que no han emigrado se han desarrollado tan pobremente que sus eventuales productos no pueden acceder a una patente comercial.
En Argentina, los organismos estatales (INTA, CONICET, universidades), responsables de algunos de los escasos desarrollos que se van logrado, se encuentran hoy casi sin recursos y en condiciones precarias en extremo, como la Facultad de Medicina de la UBA, con problemas serios para que llegue gas a los mecheros.
De a poco, las investigaciones van pasado a las empresas privadas, como ha ocurrido con los grupos que trabajan maíz y girasol. Al mismo tiempo los institutos públicos van perdiendo a sus principales investigadores que se mueven hacia las compañías internacionales, como sucedió, por ejemplo, con el programa sobre algodón que llevaba adelante el INTA en la zona chaqueña.
No estoy diciendo que esto es peor o mejor, digo que se destilará una patente, pero el costo lo absorberemos duplicado y las ganancias divididas.
Una provocación
¿Son los signos de una apoptosis cultural? ¿Una muerte social programada meméticamente, desencadenada cuando el código memético de un grupo humano se ha deteriorado hasta tal punto que ya no se reproduce?
Si el Abismo 1.0 fue la separación drástica entre los que procesaban digitalmente información y los que no, este nuevo talud se está abriendo entre los que gestionan o no el mundo real de un modo inteligente e instantáneo.