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29 de Enero 2008
De las clases medias I
Con pocas reglas se consigue que las cosas funcionen.
Una prolija bandada de patos, por más compleja que resulte, se sustenta en muy pocos principios que cada ave recuerda claramente: conservar tanta distancia respecto al que vuela adelante, sumarse a la línea de vuelo a tantos grados a la derecha o la izquierda según la posición relativa en la V y si voy en la punta elegir el camino, hasta cansarme y dejarle el lugar a otro.
Más o menos es así como funcionan los hormigueros, los cardúmenes y todos los conjuntos de bichos que se relacionen entre sí.
No existe un comandante central ni un descontrol generalizado, digamos que emerge una suave anarquía en que que todos disfrutan un poco y postergan otro tanto.
Lo mismo parecería cumplirse con las bandadas humanas. Con pocas reglas, como ser libres hasta no meterse con los derechos del otro, dentro de los límites de un entorno regulatorio, la cosas podrían funcionar.
Las familias por ejemplo. Mi padre regresó de un largo viaje a Japón en 1975 y todo cambió desde entonces: me regaló un reloj pulsera para que organizara mi tiempo, dejó de pegarme palizas cada vez que me mandaba alguna macana y decidió que tendríamos vacaciones en carpa de ahí en más, siempre a lugares nuevos.
Desde entonces salíamos todos los veranos por las rutas, durante un mes de mucho calor, a buscar donde. Yo hace mucho que seguí mi camino, pero ellos continúan y ya llevan visitadas todas las provincias varias veces.
La simpleza de estas regularidades produjo frutos invalorables: con mis hermanos conocemos cada provincia de la Argentina en muchos de sus detalles, nos acostumbramos a usar reloj y sabemos lo importante que es hacerle una zanja a la carpa, especialmente cuando está por llover.
Aprendimos también a interpretar a nuestro modo el paso del tiempo y de los campamentos y que si bien las vacaciones son imposibles, vale la pena el trayecto.
Hoy mis viejos siguen buscando cada enero pueblos desconocidos para ellos y si alguien, que no los conoce, los viera pasar, creería que están buscando un lugar donde quedarse.
En realidad mis padres solamente pusieron en práctica unas ideas bien sencillas de las que emergió un verdadero Rosebud para deslizarse por el planeta, una infancia perdida pero a la vez encontrable, un lugar donde regresar cada tanto para acampar y desde el cual comenzar alguna nueva caminata.
Quizás la vida es un rompecabezas: la falta de una pieza nos puede poner ansiosos, pero se trata solamente de un juego. Siempre será de algún modo insignificante.
Con pocas reglas se consiguen muchas piezas del rompecabezas, indudablemente.
Publicado por lukasnet a las 29 de Enero 2008 a las 03:49 PM
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Publicado por: Federico a las 12 de Febrero 2008 a las 03:55 PM